viernes, 29 de abril de 2011

Tomás Ochoa


A Tomás Ochoa (Cuenca, 1969) no le gusta hablar de él ni de sus pares ecuatorianos en la escena internacional. “Es triste, pero no hay artistas ecuatorianos que estén en las grandes ligas. Guayasamín estuvo, pero es una historia de hace 40 años. No podemos seguir sin referentes”.

Prefiere que los focos estén sobre su obra actual: Cineraria (urna que contiene las cenizas de los cadáveres). Una serie de fotografías tomadas a principios del siglo XX en las minas de Portovelo, que el artista traslada al lienzo y retoca con pólvora quemada. Ochoa quiere focalizar lo silenciado -tal y como lo señala Fernando Castro Flórez, profesor de Estética de la Universidad Autónoma de Madrid y crítico de arte-; propone una hibridación por medio de un sofisticado proceso serigráfico que convierte las moléculas de plata de la fotografía en pólvora quemada.
El artista cuencano que lleva 20 años exponiendo fuera de Ecuador es uno de los pocos ecuatorianos con proyección internacional. “Se ha visibilizado mi trabajo, independientemente de ser ecuatoriano”. Su punto de inflexión fue la invitación a la Bienal de Venecia (2003) y a partir de eso su obra ha recorrido galerías europeas.

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