Los discursos del fascismo se han vuelta repetitivos al punto en que se han convertido en una cadena compulsiva, que poco a poco han ido normalizándose en diversos lugares del mundo.
Dicho discurso envolvente, que como una garra que no suelta a su presa, jóvenes calvos, incrédulos que se comen el cuento de siempre, se convierten en voceros de una discriminación racial de una superioridad inexistente
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